Voces judías olvidadas sobre el cristianismo



Jewish Voices on Christianity

Más allá de la separación: de la enemistad al propósito divino.
Durante siglos, la relación entre el judaísmo y el cristianismo ha sido vista como una historia de ruptura, conflicto y distorsión. Sin embargo, existen voces dentro del pensamiento judío que se atrevieron a mirar más allá del antagonismo, reconociendo en el cristianismo un papel inesperado dentro del plan divino. Estas voces, olvidadas por muchos, ofrecen una clave para una comprensión más profunda y reconciliadora.

El rabino Jacob Emden (1697–1776), una de las figuras más audaces de la tradición rabínica, escribió que Jesús de Nazaret trajo una “doble bondad” al mundo: reafirmó la Torá para los judíos y condujo a los gentiles hacia las leyes de Noé, alejándolos de la idolatría. Para Emden, Jesús no vino a abolir la alianza del Sinaí, sino a dirigir a las naciones hacia una ética monoteísta que, sin sustituir a Israel, cumplía un propósito providencial.

Siguiendo este enfoque, el rabino Harvey Falk (siglo XX) propuso que Jesús pertenecía a la escuela de Hillel y que su misión se oponía a la exclusividad farisea de Shamai. Según Falk, el cristianismo nació como un proyecto judío para los gentiles: una manera de extender los valores de la Torá sin exigir conversión completa, apoyándose en la estructura noájida.

Aún más profundo, el rabino cabalista Elías Benamozegh (1823–1900) desarrolló una teología en la que el cristianismo no era una aberración, sino un “atrio exterior” en el templo de la humanidad: un espacio legítimo donde las naciones podían acercarse a Dios, aunque sin la misma revelación que Israel. Para Benamozegh, las intuiciones cristianas sobre la divinidad reflejaban verdades mal comprendidas, pero no por ello ajenas al plan de Dios.

Estas voces no minimizaron las diferencias. No pidieron sincretismo ni diluyeron la identidad judía. Pero ofrecieron algo igual de valiente: la posibilidad de ver al cristianismo como una herramienta providencial para llevar el conocimiento de Dios a los confines de la tierra. En sus palabras y escritos resuena la esperanza de que Jacob y Esaú, después de siglos de lucha, puedan finalmente reconocerse como hermanos bajo un mismo Padre.

Hoy, en medio de un mundo fragmentado por religión y poder, recuperar estas voces olvidadas podría abrir el camino hacia una reparación auténtica. No se trata de volver al pasado, sino de recordar que incluso en la dispersión, Dios sigue escribiendo historia con los remanentes. Y quizás, en estos días finales, las chispas de Edom estén listas para volver a la luz.

El Mesías sufriente y la redención de Edom
Una pieza clave en la reconciliación entre Israel y Edom (el cristianismo) es la figura del Mesías. Mientras que el judaísmo espera a Mashíaj ben David como rey venidero, también reconoce a un Mesías sufriente, ben Yosef, que prepara el camino. Desde esta perspectiva, la misión de Jesús como Mesías no fue un error, sino una etapa oculta: sembró la fe entre las naciones, mientras la plenitud de su reinado aún está por revelarse.

La tradición kabalística sugiere que esta luz mesiánica ya está activa desde la destrucción del Segundo Templo. Así, el aparente triunfo de Roma sobre Jerusalén ocultaba un acto divino: el Mesías entró en Edom no para ser vencido, sino para redimirlo desde dentro.

Leído desde la Torat Edom, la crucifixión no es fracaso sino estrategia divina. Como José en Egipto, Jesús descendió a Edom para salvar. Su sangre santificó el campo de Roma, manteniendo viva la memoria del Dios de Israel incluso en el exilio. Esta visión no justifica las persecuciones cristianas, pero afirma que Dios puede escribir recto con líneas torcidas. Incluso en las tragedias, hay chispas de redención.

La profecía de Amós habla del “remanente de Edom” incluido en la restauración de Israel. En este sentido, tanto el judaísmo como el cristianismo apuntan hacia una convergencia futura. La rivalidad de Jacob y Esaú no es eterna. Estamos entrando en una era donde ambas casas reconocerán su vocación compartida: ser luz para las naciones y caminar juntos hacia el Monte del Señor.